28 feb 2012

"Yo creo que nunca"



Este febrero volvieron las lluvias, como todos los febreros. El carnaval golpeaba el asfalto para que pudieran volver a nacer las hierbas malas, las hierbas fuertes, los yuyos que curan los males de sociedad como el asfalto.
Los pasos nuestros en los febreros de lluvia sonaban menos nítidos, más sordos y la neblina de la mañana era un augurio de misterios y malinterpretación.

En febrero siempre se juntan algunos cumpleaños, un puñado de tragedias, se mezclan lágrimas y risas, dolor y baile, extorsión y trance.


Yo vivía de noche, caminaba bajo ninguna luna por las calles mojadas, en vigilia de la lluvia que caía y mojaba mi casa, que mojaba todas nuestras casas y llegaba hasta las patas, de la cama, de los pies, de la garganta.

Creíamos que se podía pensar sólo de noche, la luz del día, su penumbra de rayos sueltos entre nubes apretadas unas a otras en un cielo invisible nos secaba las ideas, mientras que la ropa conservaba una humedad perpetua que competía con la humedad de las paredes del cuarto.

No me acuerdo cómo empezó todo el despropósito de los días, en verdad pareció un acumulo de acontecimientos e hilos de vida que se cruzaban y entrelazaban arbitrariamente. Era de esperar que el primer nudo nos hiciera caer.

¿Lo esperábamos?
No, así lo justificaron después, con la palabra espinosa que nos clavaron en la carne: derrota.

Fue desilusión, descontento, deslumbro y desgano en un camino manejado con el vehículo del asombro, acelerando la velocidad que hiciera olvidar nuestra duda, impotencia, inacción, nuestro presentimiento de calles sin salida y silencios.

Nos distraíamos con un día diario repleto de peros y platos sucios, desangrándonos con la muerte de nuestras perras, una blanca, la otra amarilla.

- Tan frágil eres-, le decía, -Tan fácil de quebrar.
- Tan frágil como brizna de trigo, como hielo en mi ventana, como las hojas de “la vida breve” que le regalaste hace cinco años, a él, pensaba ella.

La fragilidad suya era como un vaso de vidrio azul comprado un tanto por necesidad y otro tanto por error;
pasó que le quebraron el cuello por la espalda.
Un miércoles le vin
o la vida ésta en bolsa, en un paquete gris y explosivo, entregado en puerta.

La vida nuestra es todo esto, también la locura, también los tantos delirios

¿Qué hacer cuando una cara de golpe se da vuelta? Los mismos ojos pero mirando por la espalda; la misma voz pero el discurso al revés, las palabras para atrás, los razonamientos fuera de cualquier mundo reconocible, los rasgos apuntando al espanto, las manos trabajando duro para torcerle el corazón.

No, el asunto no era su fragilidad, el problema no radicaba en su dolor, sino en el carácter de asalto repentino, en la sorpresa estallada súbitamente.
El problema dormía en una cuna de delirio.

Él saltaba en círculos.
Uno por uno habían caído los dientes de la desesperación de su mandíbula, fortín de las angustias apretadas, masticando todos los días la vida pendiente hasta el vómito, hasta la rabia.

Una boca sin dientes, una mente sinrazón, un músculo central en el pecho, desdentado, desalmado, irrecuperable.

Tal vez haya empezado todo con la muerte de su perra. A penas un poco antes. A penas unos años.
Raras veces lo vi llorar tanto como en aquellos días, con esta primera muerte que caía cercana, con esta primer excursión a los fondos. Sólo que no tocó fondo, no pisó más que un escalón de descenso. ¿Cuándo habrá llegado por fin debajo de su piel? ¿Acaso ahora?

Esta manera de socavar la realidad, escatimar la sinceridad severa hasta distorsionar la misma locura, ¿podría haber existido una posibilidad de detener esta carrera esbozada contra la pared? ¿Será que nos faltaron las palabras incendiantes que hubieran podido quemar el fuego?

Tiro el papel demasiado blanco, bicho bolita y al cesto. Esta historia está plagada de sombras y manchas oscuras, el color que la pudiera relatar aún no he sabido definir. Tal vez sea tan sólo el violeta.

Veo caer la tarde, la lluvia, parto de cuatro coordenadas, dos mujeres, él, la chica, dos perras, el amante presunto. La acusación redacta incidentes inmorales.
Entre los charcos del otoño en medio de la calle y los ojos que aún miran el mismo horizonte, peleamos por un tiempo compartido sin poder ponernos de acuerdo.
La realidad se ha partido. Nuestros cuentos han caído en el escotillón de la locura.

- ¿Y volver a la normalidad?
- Yo creo que nunca.

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