2 mar 2010

Michael Ende:



Extracto del libro de cuentos:
"El espejo dentro del espejo. Un laberinto" , traducción de Vera en colaboración con el Chupacabras.


El puente que contruimos hace ya tantos siglos no se terminará nunca. Como una mano extendida que nadie toma, sobresale por los precipicios empinados - bajo los cuales se extiende el negro abismo sin fondo - más allá de los límites de nuestro país. Su arco, alzado por lo alto, desaparece por ahí afuera, en algún lugar alejado, entre la niebla densa que sube constantemente de las profundidades.
Una obra de construcción de esta índole no se puede concluir si no colaboran construyendo desde el otro lado. Y hasta ahora no hemos podido determinar nunca una señal de que se trabajase en tal proyecto al otro lado, también. Es probable que allí ni siquiera se haya notado esfuerzo alguno de nuestra parte.
Muchos de nosotros incluso dudan de que exista aquel otro lado. Al correr de los últimos dos siglos,
esta gente ha fundado una iglesia que se descindió de la antigua doctrina ortodoxa , cuyos integrantes son denominados los Unilaterales. Originalmente, se trataba de un nombre de burla que les dieron los ortodoxos; más adelante, sin embargo, lo adoptaron ellos mismos y, desde entonces, lo llevan con cierto orgullo. Consta decir que su convicción no les impide en absoluto seguir aportando con todas sus fuerzas a la construcción del puente, como lo dicta nuestra ética. Por eso, hoy en día ya no se los persigue como había ocurrido en algunas ocasiones, antaño, sino que se los considera iguales de derecho, o por lo menos casi. Se los reconoce por un pequeño corte en el lóbulo izquierdo, mediante el cual confiesan su unilateralidad. Los otros, en cambio, que constituyen la mayoría, se autodenominan los parciales. No cuestionan el hecho de que haya otro lado, pero saben que éste es inalcanzable.
Aunque el puente, sobre nuestro territorio, nunca progresó más de la mitad, hay mucho movimiento vivo en él. En todo momento, nocturno o diurno, se pueden observar allí carruajes, jinetes, caminantes, andas y hombres con cargas que van para las dos direcciones. Sin las relaciones comerciales con el otro lado, no podríamos existir hoy en día, porque todos los medicamentos y una buena parte de nuestros alimentos provienen de allí. Nosotros, en cambio les proporcionamos utensilios terrenales de todo tipo: ladrillos, dispositivos de metal y cera terráquea que extraemos de nuestras minas.
Muchas veces es difícil hacerles comprender a los extraños que nosotros aceptamos este hecho sin problemas y convivimos con él, lo que ellos consideran una contradicción evidente. Nuestra religión no nos permite – y ahí no hay diferencia entre unilaterales y parciales – cuestionarnos el hecho de que exista real y exclusivamente la parte del puente que nosostros construimos. Zelotes y heresiarcas, que de vez en cuando ha habido en nuestro historia, fueron llevados sin vacilar hasta el punto donde termina nuestro puente y se los obligó a seguir. Naturalmente, se cayeron al abismo.
Al que no haya nacido ni se haya criado en nuestro país le puede resultar difícil aceptar que la condición para el intercambio entre nosotros y el otro lado, justamente, consiste en que nosotros, por profunda convicción, lo consideramos imposible. Si realmente sacudiéramos este fundamento de nuestra doctrina – estamos seguros de ello y todos nuestros libros sagrados lo confirman – tendría que derrumbarse la parte del puente que nosotros construimos, y estaríamos perdidos. Los viajeros, entonces, deberían contener sus lenguas y no querer indagar con demasiada insistencia los secretos de nuestas creencias. De no ser así, correrían el riesgo de revivir el mismo destino que aquellos herejes de nuestro propio pueblo. Experimentarían en carne propia que nuestro puente no ha sido acabado y que entre nosotros y el otro lado aún persiste el abismo.
En caso de unión marital – cuya frecuencia, dicho sea de paso, no es poca – entre una hija o un hijo de nuestro país con una hija o un hijo del otro lado, ésta o éste último deben confesar célebremente que él mismo o ella misma no existen. La diferencia entre nuestras dos confesiones consiste únicamente en que la fórmula de los unilaterales es: “He venido de ningún lugar, porque mi lugar de origen no existe. Por eso, no soy nadie, y así te recibo como esposo (esposa)“; mientras que los parciales dicen: “De allí de donde vengo imposiblemente pude haber venido, por eso no estoy aquí y te recibo a ti como esposo (esposa).“ Mediante esta ceremonia, el anteriormente nombrado, recibe todos los derechos ciudadanos en nuestro país y, apartir de entonces, se lo considera persona real con todos sus derechos y deberes de cónyuge.


Christoph Meckel:


Trakl


– venía, entonces, del fondo de la noche,
el paño de sudor de su muerte en las manos,
y cambiando sus huellas como barbas y párpados,
caminaba por el pasto de las bahías de noviembre
en las que el oro del otoño coagulaba en moho
derramaba el aceite de lámparas de saúco extintas
en los ojos de grullas dormidas,
veía, allí donde las huellas de las golondrinas se borran en el humo,
ángeles apoyados contra el verano, envejeciendo,
los ayudaba a salir de sus alas sangrientas
y auscultaba
por sus miradas que atravesaban la oscuridad
al cielo que descendía -

(traducción de Vera con la colaboración del Chupacabras)

Arriba la Luna


1 mar 2010

Ojos dulces



Y en vigilia te confesé aquel deseo.

Que los ojos dulces no descansen al fondo del mar, ni al fondo de la tierra; es decir, que los ojos dulces no descansen.
Que sigan ahí, presentes, en la cara de la niña que nacerá el día de mañana, como quien dice, sin palabras.
Que por un momento se ausente la duda, se ausente el pesar y que haga unos días verdes, con el viento peinando el trigo como vos peinando tu cabello todos los días, y dos veces.
Que las ideas no sigan avanzando sobre una casa grande y extraña; una casa al final de un país que se erige sobre rocas, con esta palabra en la lengua: espinas.
Que yo de una vez por todas encuentre el principio sumergido en medio del final, que los malditos “que“ encuentren tu boca, por fin, tus oídos, tus brazos.

Intuyo que habrá pasillos tan extendidos como desiertos, tan calvos que un aire repentino y casual les provocará piel de gallina de pasos, de ruedas.
Intuyo que el aire sabrá a asombro y a pérdida, como todas las veces que se respira aire desde arriba.

Quizá habrá algunas mariposas, quizá la ansiedad se convertirá en emoción pura, por un momento.
Al final del viaje me imagino un lago, un poco azul y bastante profundo, y se me viene una imagen un tanto ridícula en mente: estar en la orilla, mirando hacia el horizonte o mirando algún pájaro dando vueltas. Vanidoso, al fin.

Por aquí, con la luna llena los perros del barrio aúllan, pero de lobos ni rastro.
En la casa de arriba se están peleando como todas las noches y hay un bebé llorando que me asusta un poco, corazonando lo que vendrá.

Hoy no hubo voces, y muchas manos trabajaron en el olvido momentáneo.
A mí se me congeló la cara reflejada en mi tasa de té. Me miraba como de lejos, desde el fondo, y me advirtió algo por debajo que no tiene forma ni tamaño.

Es probable que la noche pase como todas las noches y que mañana hará un nuevo día para calmar los dolores del tiempo, para llenar con ladrillos las grietas del pasado y salvar uno de estos mundos rotos, alguno de los mundos que se caen de inmaduro sobre sus patitas dobladas de papel. Salvar uno aunque sea.
Finalmente, la melodía que emerge de las sombras de casa me dormirá y los sueños llegarán con otro triunfo.

Mañana te contaré que soñé contigo, como tantas veces, y tú, otra vez, harás ese pequeño silencio que me mata de a pedacitos y me dirás: “Ah. Mirá". Pero otra vez no admitirás que estoy lejos, que ya no existo en la presencia inmediata de los días, y todo será insinuado, la tristeza parcial. Volveremos al silencio, al espacio entre las palabras intercambiadas como hojas de otoño, y con eso nos diremos todo.

Sí, te compraré el gorro, te compraré una jirafa o un cordero, en total, da lo mismo; e iré a elogiar tu jardín y tu casa de dos pisos.
Sé que nada será como parece, y lo sabemos -siempre lo supimos-, y aunque pintara pasto en el muro de mi casa, camuflándola, sé que ésta se verá clara y distinguidamente.

Al fondo de los ojos dulces, al final de todos los pasillos largos, no hay engaño.