11 oct 2011

La vida animal, Sr. Sarmiento

Dormito con la lluvia.
Con cada trueno entreabro los ojos, veo la habitación en penumbras como abandonada. Voy descalza al patio para ver si se moja.

Los bárbaros abren las ventanas de mi pecho para salir a robar. No hay sueño en la vigilia, el olor a humedad entumece el dolor gravito y el pasillo de luz está quieto. Nadie pasa. La lluvia hace del techo un tambor, las horas de la madrugada no pesan; el sofá, símbolo del soltero.

La síntesis de la mañana es dormir despierta, es despertar atónita, inmóvil, incrédula, sin poder levantarse.

Soñar con los primeros vientos que llevan el temporal a otras partes. Dar todos los reinos por un mate. Los pasos sordos, la cocina, el baño, vestirse, los rituales de la civilización no son más que automáticos y carecen de sentido alguno.
Sin rumbo nadar por agua sin peces, por agua sin sal, agua revuelta como barro de ciudad.


Olvidarse de todo lo dicho, no creer en las palabras, nunca. La ficción última es la palabra, y la más engañosa, verdad, mentira. ¿Quién dijo? ¿Quién creyó? ¿Quién engañó, quién se desengañó? Preguntas vanas, palabras sin carretera, sin fin, sin fondo. Andar por otros senderos, los de la lluvia, los de los cuartos abandonadas, de las calles de tierra.

A veces se levanta una brisa leve hecha de aire, un sentimiento de material invisible hecho de esto que no se explica, que no se engancha con ninguna palabra, con ningún pensamiento. Como si fuera la última esencia, la última verdad, lo que los griegos buscaron en vano, lo que la civilización entraña, lo que no me deja dormir. Lo puedo reducir a expresiones verbales y nadie se hace una idea, dolor, amor, soledad, comerse la cabeza. La trastienda no tiene palabras, tiene bárbaros, sentires, bestias, esperanzas.

Esto, tal vez, es la vida, un pequeño animal intangible, un animal peligroso, temible, un animal que muerde y se anida en un rincón de la casa para dormir de día, para soñarse mi vida y yo, simple espectadora de él. Hasta hacerme carne, hasta volver a mi cuerpo.


No es hallar el sentido, sino sentir; no es hablar, buscar, esperar sino desechar las palabras. Una vez y todas, cuando hayamos llegado (cuando hayamos partido), cuando los límites del cuerpo se borran, cuando el tiempo no apriete, cuando adentro y fuera de la duda sepamos que las lenguas son muchas y que cada una traza su verdad, cuando espere que pasen los días, cuando tu voz no valga más que tus piernas, que tus manos; no son sólo los ojos, no es tampoco la lengua sola, ni múltiple. ¿Quién sabe?


Mientras tanto, el animal que soy me come lentamente. No hablemos de almas, no hablemos de cuerpos, me come toda, toda entera.

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