Extracto del libro de cuentos: "El espejo dentro del espejo. Un laberinto" , traducción de Vera en colaboración con el Chupacabras.
El puente que contruimos hace ya tantos siglos no se terminará nunca. Como una mano extendida que nadie toma, sobresale por los precipicios empinados - bajo los cuales se extiende el negro abismo sin fondo - más allá de los límites de nuestro país. Su arco, alzado por lo alto, desaparece por ahí afuera, en algún lugar alejado, entre la niebla densa que sube constantemente de las profundidades.
Una obra de construcción de esta índole no se puede concluir si no colaboran construyendo desde el otro lado. Y hasta ahora no hemos podido determinar nunca una señal de que se trabajase en tal proyecto al otro lado, también. Es probable que allí ni siquiera se haya notado esfuerzo alguno de nuestra parte.
Muchos de nosotros incluso dudan de que exista aquel otro lado. Al correr de los últimos dos siglos,
esta gente ha fundado una iglesia que se descindió de la antigua doctrina ortodoxa , cuyos integrantes son denominados los Unilaterales. Originalmente, se trataba de un nombre de burla que les dieron los ortodoxos; más adelante, sin embargo, lo adoptaron ellos mismos y, desde entonces, lo llevan con cierto orgullo. Consta decir que su convicción no les impide en absoluto seguir aportando con todas sus fuerzas a la construcción del puente, como lo dicta nuestra ética. Por eso, hoy en día ya no se los persigue como había ocurrido en algunas ocasiones, antaño, sino que se los considera iguales de derecho, o por lo menos casi. Se los reconoce por un pequeño corte en el lóbulo izquierdo, mediante el cual confiesan su unilateralidad. Los otros, en cambio, que constituyen la mayoría, se autodenominan los parciales. No cuestionan el hecho de que haya otro lado, pero saben que éste es inalcanzable.
Aunque el puente, sobre nuestro territorio, nunca progresó más de la mitad, hay mucho movimiento vivo en él. En todo momento, nocturno o diurno, se pueden observar allí carruajes, jinetes, caminantes, andas y hombres con cargas que van para las dos direcciones. Sin las relaciones comerciales con el otro lado, no podríamos existir hoy en día, porque todos los medicamentos y una buena parte de nuestros alimentos provienen de allí. Nosotros, en cambio les proporcionamos utensilios terrenales de todo tipo: ladrillos, dispositivos de metal y cera terráquea que extraemos de nuestras minas.
Muchas veces es difícil hacerles comprender a los extraños que nosotros aceptamos este hecho sin problemas y convivimos con él, lo que ellos consideran una contradicción evidente. Nuestra religión no nos permite – y ahí no hay diferencia entre unilaterales y parciales – cuestionarnos el hecho de que exista real y exclusivamente la parte del puente que nosostros construimos. Zelotes y heresiarcas, que de vez en cuando ha habido en nuestro historia, fueron llevados sin vacilar hasta el punto donde termina nuestro puente y se los obligó a seguir. Naturalmente, se cayeron al abismo.
Al que no haya nacido ni se haya criado en nuestro país le puede resultar difícil aceptar que la condición para el intercambio entre nosotros y el otro lado, justamente, consiste en que nosotros, por profunda convicción, lo consideramos imposible. Si realmente sacudiéramos este fundamento de nuestra doctrina – estamos seguros de ello y todos nuestros libros sagrados lo confirman – tendría que derrumbarse la parte del puente que nosotros construimos, y estaríamos perdidos. Los viajeros, entonces, deberían contener sus lenguas y no querer indagar con demasiada insistencia los secretos de nuestas creencias. De no ser así, correrían el riesgo de revivir el mismo destino que aquellos herejes de nuestro propio pueblo. Experimentarían en carne propia que nuestro puente no ha sido acabado y que entre nosotros y el otro lado aún persiste el abismo.
En caso de unión marital – cuya frecuencia, dicho sea de paso, no es poca – entre una hija o un hijo de nuestro país con una hija o un hijo del otro lado, ésta o éste último deben confesar célebremente que él mismo o ella misma no existen. La diferencia entre nuestras dos confesiones consiste únicamente en que la fórmula de los unilaterales es: “He venido de ningún lugar, porque mi lugar de origen no existe. Por eso, no soy nadie, y así te recibo como esposo (esposa)“; mientras que los parciales dicen: “De allí de donde vengo imposiblemente pude haber venido, por eso no estoy aquí y te recibo a ti como esposo (esposa).“ Mediante esta ceremonia, el anteriormente nombrado, recibe todos los derechos ciudadanos en nuestro país y, apartir de entonces, se lo considera persona real con todos sus derechos y deberes de cónyuge.
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