20 feb 2010

El ropero de Vera



Roberto Innocenti


- Salí del ropero Vera, ya son las ocho...
- ¿Y si no quiero salir?
- ¡No seas vagamunda cobarde! ¡Tienes todo el día por delante!

El ropero de Vera, definitivamente, era un mundo aparte. Olía a polvo, naftalina y a un recuerdo de madera lejano. Tenía fondo, profundidad y abismos... Y contenía, aparte de su ropa, a Vera misma. Vera la cobarde. Vera el fantasma de sí misma. Vera que no era ella. ¿O sí?
El ropero era refugio para las horas negras. Porque Vera, indiscutidamente, era de horas negras. No era como la gente amarilla que aprovechaba de "la mañana" (que en total no es más que un estado de ánimo, antaña sabiduría de horas negras), la gente que ocupaba cada minuto con actividades, que se acostaba temprano, prudentemente, para poder madrugar al día siguiente, aquella gente todo-energía y todo-optimismo que hacía burocracias sin chillar, que vivía en este mundo, tan claramente amarillo, sin chocarse contra las paredes agudas que lo limitan. "¿Por qué -se preguntaba Vera- son las horas amarillas las que dominan al mundo? ¿Y nosotros de horas negras, dónde quedamos?"

- Vera, dejate de cuentos, ¡fuera ya de este roñoso ropero! ¡El mundo te está esperando!

El mundo -pensaba Vera- está esperando a la Vera amarilla que no soy. Y tras mío, la noche es larga...

2 comentarios:

  1. Crear... Crear... Crear... Hacer un ropero.
    ¡Pero animarse a mostrarlo!
    Acto de valentía al cuadrado! Av2
    Hermoso blog, ¡adelante Vera!

    ResponderEliminar
  2. Y al final los de las horas negras son los que guardan las cosas que los amarillos olvidan en el andar perfecto y a veces sin sentido.
    ;)quiero un lugarcito en el ropero para visitarlo cada tantito y ver la noche y compartir la obra y repasar y rehacer lo vivido.

    ResponderEliminar