Peppino y el esqueleto
Peppino ve un esqueleto bailando a cuerdas, cuerdas finas hasta la invisibilidad.
- ¿Así que tú eres la muerte?, pregunta, pero el esqueleto sigue mudo y cuerdo, atado a sus cuerdas y baila ríéndose.
- ¿Eres tú?, pregunta Peppino y extiende la mano para comprender, para poder aprehender tocando lo que está viendo, lo que no se puede explicar.
El esqueleto lo mira fijamente desde sus órbitas vacías pero no se deja tocar, siempre está apenitas fuera de su alcance.
- ¡Enseñame a bailar!, exclama Peppino y se asusta de sí mismo;
¿y si realmente es la muerte la que mueve las caderas allí frente a él?
Pero el día está tan bonito, un poco frío pero soleadamente celeste, ¿qué le debiera la muerte un día como éste? Y a propósito, ¿ no es ridículo pensar enseguida en la muerte, sólo porque uno haya visto a un esqueleto bailando? ¿Por qué la muerte debiera tener forma de esqueleto? ¿Acaso no podría lucir tan distinta, tan embellecidamente en su apariencia arbitraria?
Si de veras fuera tan poderosa como comunmente se sostiene, podría ser lo que quisiera y venir dentro de todo lo que exista, ¿o más bien dentro de todo lo que expire?
Pero, ¿pensar en la muerte un día como éste no representa en sí mismo una impertinencia, y la muerte, acaso, se deja pensar?
Gritar la muerte para afuera, hacerle frente y mirarle a los ojos, a sus ojos oscuros de nunca más, eso habría que lograrlo, piensa. Llorarla bien y luego echarla de las bóvedas del pensamiento, dejarla por esta...
O arreglarle un cuarto, servirle un huevo pasado por agua por las mañanas, exigirle un cuento con un par de anécdotas por encima y luego pasar el resto del día tranquilo, como todos los días, y dejar que sean lindos, soleados, celestes como el cielo.
No te dejes intimidar por este esqueleto matraqueante, piensa Peppino para sí, la muerte tiene que ser muy distinta. Toma coraje y la encara:
- Tú no eres ella, le dice muy tranquilo a su contra huesudo que tiene enfrente, la muerte, seguramente, tendría otra cara.
El esqueleto se ríe y baila, matraquea sus huesos y replica con la voz algo ronca:
- ¿Estás seguro?
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