17 jun 2012

(El violín)


De pronto pensé
que eras como un violín
y me preguntaba con leve preocupación,
si era esto lo que necesitaba yo en mi vida,
ahora
un violín.

Vi una nota tuya,
hilos de palabras no demasiado largos
de ti,
líneas de signos tuyos
que rearmaba como podía
que traían llanto de violín
alegría escondida de violín
agitación del arco
y escuché una música tuya
te miré hacer por un momento,
te miré mirar
o no recuerdo
qué fue
que me hizo pensar
en un violín

Una melodía de esas,
solitaria, desgarradora, sufrida
inconmesurablemente cercana
inconcebiblemente profunda
que me tocaba
allí
en los médanos de la melancolía
en las entrañas secretas de la ternura
ahí
aquí
tan de cerca.

Ahora
se me superponen los recuerdos,
los recuerdos y las vigilias y las demencias
de un sueño abismal
que no deja dormir, sólo hundirse
y no puedo decir.

Si tus pasos o tu mente vagando
o la canción por lo bajo
o las líneas escritas
(escritas escritas so schön geschrieben)
o si tu voz o un día que mirabas
o qué de ti
qué melodía, qué signo indescifrable
me hizo pensar
el violín

pensar en esa melodía
y no sé qué
de ti
la dibuja
en el lado de adentro de mi cuerpo
y no sé
(pero me pregunto)
si vos serás, en alguna parte
de ti
(y me da miedo decir: de tu cuerpo)
si vos serás...
en fin

(El violín)


26 abr 2012

Te trago/ muy lentamente
un cambio de piel/ lengua devota
levanto un puño/ puñado de tierra
puñado de arena/ puñado de mí
y tu sombra/ arriscada traversa
sobre mí/ muy a pesar
de ti

Bella imagen/ en el fondo
un músculo tenso/ deleznable olvido
mordido, mordido/ fundido
y suelta cualquier/ rienda de mí
cualquier tendón/ cuelga perdido
la ráfaga quieta/ y lejos
de ti

Mañana los aires/ fermento frío
saliva impugnada/ ridícula hermosa
llamarada de melancolía/ no aviva
y una pisca/ la incontable
fue mi mirada/ términa velada
grosas palabras/ sobras y arcadas
la que fui

28 feb 2012

"Yo creo que nunca"



Este febrero volvieron las lluvias, como todos los febreros. El carnaval golpeaba el asfalto para que pudieran volver a nacer las hierbas malas, las hierbas fuertes, los yuyos que curan los males de sociedad como el asfalto.
Los pasos nuestros en los febreros de lluvia sonaban menos nítidos, más sordos y la neblina de la mañana era un augurio de misterios y malinterpretación.

En febrero siempre se juntan algunos cumpleaños, un puñado de tragedias, se mezclan lágrimas y risas, dolor y baile, extorsión y trance.


Yo vivía de noche, caminaba bajo ninguna luna por las calles mojadas, en vigilia de la lluvia que caía y mojaba mi casa, que mojaba todas nuestras casas y llegaba hasta las patas, de la cama, de los pies, de la garganta.

Creíamos que se podía pensar sólo de noche, la luz del día, su penumbra de rayos sueltos entre nubes apretadas unas a otras en un cielo invisible nos secaba las ideas, mientras que la ropa conservaba una humedad perpetua que competía con la humedad de las paredes del cuarto.

No me acuerdo cómo empezó todo el despropósito de los días, en verdad pareció un acumulo de acontecimientos e hilos de vida que se cruzaban y entrelazaban arbitrariamente. Era de esperar que el primer nudo nos hiciera caer.

¿Lo esperábamos?
No, así lo justificaron después, con la palabra espinosa que nos clavaron en la carne: derrota.

Fue desilusión, descontento, deslumbro y desgano en un camino manejado con el vehículo del asombro, acelerando la velocidad que hiciera olvidar nuestra duda, impotencia, inacción, nuestro presentimiento de calles sin salida y silencios.

Nos distraíamos con un día diario repleto de peros y platos sucios, desangrándonos con la muerte de nuestras perras, una blanca, la otra amarilla.

- Tan frágil eres-, le decía, -Tan fácil de quebrar.
- Tan frágil como brizna de trigo, como hielo en mi ventana, como las hojas de “la vida breve” que le regalaste hace cinco años, a él, pensaba ella.

La fragilidad suya era como un vaso de vidrio azul comprado un tanto por necesidad y otro tanto por error;
pasó que le quebraron el cuello por la espalda.
Un miércoles le vin
o la vida ésta en bolsa, en un paquete gris y explosivo, entregado en puerta.

La vida nuestra es todo esto, también la locura, también los tantos delirios

¿Qué hacer cuando una cara de golpe se da vuelta? Los mismos ojos pero mirando por la espalda; la misma voz pero el discurso al revés, las palabras para atrás, los razonamientos fuera de cualquier mundo reconocible, los rasgos apuntando al espanto, las manos trabajando duro para torcerle el corazón.

No, el asunto no era su fragilidad, el problema no radicaba en su dolor, sino en el carácter de asalto repentino, en la sorpresa estallada súbitamente.
El problema dormía en una cuna de delirio.

Él saltaba en círculos.
Uno por uno habían caído los dientes de la desesperación de su mandíbula, fortín de las angustias apretadas, masticando todos los días la vida pendiente hasta el vómito, hasta la rabia.

Una boca sin dientes, una mente sinrazón, un músculo central en el pecho, desdentado, desalmado, irrecuperable.

Tal vez haya empezado todo con la muerte de su perra. A penas un poco antes. A penas unos años.
Raras veces lo vi llorar tanto como en aquellos días, con esta primera muerte que caía cercana, con esta primer excursión a los fondos. Sólo que no tocó fondo, no pisó más que un escalón de descenso. ¿Cuándo habrá llegado por fin debajo de su piel? ¿Acaso ahora?

Esta manera de socavar la realidad, escatimar la sinceridad severa hasta distorsionar la misma locura, ¿podría haber existido una posibilidad de detener esta carrera esbozada contra la pared? ¿Será que nos faltaron las palabras incendiantes que hubieran podido quemar el fuego?

Tiro el papel demasiado blanco, bicho bolita y al cesto. Esta historia está plagada de sombras y manchas oscuras, el color que la pudiera relatar aún no he sabido definir. Tal vez sea tan sólo el violeta.

Veo caer la tarde, la lluvia, parto de cuatro coordenadas, dos mujeres, él, la chica, dos perras, el amante presunto. La acusación redacta incidentes inmorales.
Entre los charcos del otoño en medio de la calle y los ojos que aún miran el mismo horizonte, peleamos por un tiempo compartido sin poder ponernos de acuerdo.
La realidad se ha partido. Nuestros cuentos han caído en el escotillón de la locura.

- ¿Y volver a la normalidad?
- Yo creo que nunca.

18 feb 2012

¡Ese mar no lo cambies por nada!

El viento acaricia las desoladas esquinas,
una tarde estalla aquel cuerpo silenciosamente.

Lo que no se dice, se escribe del otro lado de la cabeza en caligrafía impronunciable, por la mirada se escapan las sensaciones guardadas recelosamente. La moral hace sitio en la puerta de casi todas las casas y cruzando el umbral huye para otro país que no existe, para aquel lugar que habrá que construir.

****

Las palabras que yo busco han encontrado otros

De día me visto con ellas
encuentro lo propio en lo que no es mío
Pienso mis pensamientos con los de otros
hablo con más de una voz
con menos de muchas voces mis verdades
mis mentiras
mis compromisos y acuerdos a medias
Sueño los sueños no escritos


****

Entonces, el tejido debajo de la piel se agranda. Los hilos se vuelven incontables, las manos que los convierten en telares y telones tienen más de un color, más de mil nombres irreconocibles en un millón de manos flotantes.

En la cuenta de los recuerdos hacen sus cuentas las vidas sobrellevadas, tratando de resumir lo absurdo que es vivir. Siempre más de un país, unas cuántas caras, unos cuántos contemporáneos.
Tirando los dado se pierden los puntos redondos de vista, ya no hay número para las cuentas, no hay cuentos verosímiles que hacer.

La identidad imposible no empieza cuando los pies se niegan a pisar las calles del pasado y de un futuro incierto, empieza cuando los pasos no suenan, cuando los ojos se hunden, cuando las palabras se pierden una por una, cuando el deseo de silencio es más penetrante que el silencio mismo.
Empieza cuando cualquier intento de identificación falla.
Como ver un viejo amor y no reconocerlo, como constatar que no hay patria posible, ni dioses, ni certezas.

La geometría de puntos de encuentro y rectas finales ya no cierra, ¿dónde está la base sobre la cual armar un persona de manos firmes, sonrisas y un corazón latente? ¿dónde están los ladrillos que construyen la identidad?

Cuando la carga pesa demasiado hay que tirar partes de ella por la borda, porque se habla, porque se ve, porque se entiende, porque se siente y presiente, se desaprende y descarta, porque se aguanta y analiza y concluye, y luego cae el primer bulto, se lanza la primera piedra.
Ladrillo tras ladrillo vuela, el cuerpo ya se siente más liviano, la cabeza baila en los hombres como pájaro desquiciado.

Luego el aire nos rodea, nos aparta de lo que podría ser, de lo que es.
Está claro que esperar no es ningún modo, es sólo indecisión.

Otra noche hay que escupir con las ganas acumuladas lo que encontramos adentro para darle al río, caminando por la playa, por una calle desierta del barrio que supimos querer, tomando un trago, respirando hondo. Cambiamos un río por un canal, un canal por un mar, pero el mar...

¡Ese mar no lo cambies por nada!

1 nov 2011

Dejar de escribir
Buscar el silencio

Apagar las palabras galopantes que transitan todos los caminos del cerebro,
que atraviesan el sentir.
Apagar las palabras que no tienen sentido,
que no llegan a la emergencia que haría falta,
que no llegan a la acción.
Apagar las palabras como si fueran fuego,
como si me quemaran por dentro,
como si dejaran ceniza.
Apagar las palabras como si fueran,
porque a veces son.

Cortar las palabras
porque son una burda prolongación de mi brazo:
si yo no te llego a tocar, ellas menos,
y si llegaran, estarían vacías de mí.

Cortarme las palabras de la lengua
o cortarles a todas un pedazo,
arrancarles las sílabas, los sentidos,
arrancarles las letras una por una,
expropiarlas del espacio que dejan entre una y otra
expropiar las palabras
y expropiarme de ellas.

Buscar el silencio del cielo muy azul,
el silencio de una escuela de noche, bien tarde y a oscuras.
Buscar el silencio detrás del amor,
detrás del dolor,
buscar el silencio detrás de la muerte,
detrás del sentir,
buscar el silencio detrás de la gran soberbia,
del saber insoportable.
Buscar el silencio como si fuera plenitud,
como si fuera momentáneo,
buscarlo como si fuera esperanza,
como alternativa a los gritos que no salen de mi garganta.

Buscar el silencio sabiendo que ya he dicho demasiado,
buscar el silencio para que hablen nuevas voces,
para que se eleven de él palabras plurales,
Buscar el silencio con la convicción de no buscarlo en cualquier parte
buscarlo en mí,
buscarlo adentro y buscar detrás de él

otra vez las palabras
otra vez un nosotros, un nosotras.

31 oct 2011

Claudia Korol: El lenguaje envenenado transnacional


Estamos en un juicio ético a las transnacionales. Es un juicio a las empresas que concentran las máximas ganancias acumuladas por el capital en los últimos siglos, a costa de represiones, genocidios, ecocidio, destrucción y saqueo.

Queremos denunciarlas en este juicio popular. Y queremos denunciar al lenguaje creado desde el poder, para luchar con cada una de sus palabras.

El capitalismo patriarcal y racista en el que vivimos, gatilla en ráfaga palabras transgénicas. Palabras cuyo sentido muere en el mismo momento en que son pronunciadas, pero que al hacerlo envenenan el lenguaje hasta volverlo un instrumento contra nosotros y nosotras mismas.

Habitamos por ello un lenguaje envenenado y envenenante, tanto como el glifosato utilizado en la producción de soja, o como el cianuro de la minería a cielo abierto.

Con palabras transgénicas se describe el mundo transnacionalizado del capital.

El lenguaje envenenado es el lenguaje del poder.

Con su vocabulario hecho de unas pocas palabras que se disparan desde los grandes medios de comunicación, desde las academias, desde los gobiernos y parlamentos, hemos construido este breve diccionario.

Ellos llaman desarrollo a la destrucción y saqueo de los pueblos y de la naturaleza.

Llaman civilización al sistema capitalista, patriarcal, racista, basado en la explotación de los trabajadores y trabajadoras por la burguesía, de los pueblos recolonizados por los países imperialistas y las corporaciones transnacionales, en la violenta dominación de los pueblos invadidos por la bárbara cultura de los vencedores, en la opresión de las mujeres y de las disidencias sexuales, por los hombres beneficiarios de la cultura androcéntrica.

Llaman progreso a la negación de la identidad y la historia de los pueblos, y a la implantación de una cultura hegemónica que tiene como sujeto central al hombre blanco, burgués, propietario, heterosexual, occidental y cristiano.

Llaman democracia al modelo político de dominación, creado para garantizar la gobernabilidad de este sistema de muerte, asegurando la libertad para el capital, y la esclavitud de todos y todas las excluidas.

Llaman comunicación a la saturación de nuestra subjetividad con valores alienantes, que nos mantienen incomunicados, y llaman información a la multiplicación de datos que encubren la realidad que vivimos y sufrimos.

Llaman seguridad a la criminalización de la pobreza, justificando así la judicialización de la protesta, la militarización de los territorios donde las poblaciones resisten su saqueo, el gatillo fácil contra los jóvenes, el hacinamiento de hombres y mujeres, niños y adolescentes pobres en cárceles y lugares de encierro, en los que se violan cotidianamente los derechos humanos.

Llaman terroristas a quienes combaten al sistema de muerte, y llaman justicia a las leyes y a las personas que los reprimen.

El lenguaje envenenado, encubridor y enajenante del poder burgués, patriarcal, racista, nombra como “provida” a los fundamentalistas religiosos de la inquisición actual, que niegan el derecho de las mujeres a decidir sobre nuestros cuerpos, sobre nuestras vidas… condenando a miles de mujeres a la muerte en abortos clandestinos.

En esta jerga envenenada llaman crímenes pasionales a los actos brutales de violencia contra las mujeres. A la condena de las mujeres como esclavas del hogar, la llaman amor. A la organización patriarcal de base la llaman familia. Y a la ideología de los vencedores la llaman cultura universal.

Hay todavía una dosis suplementaria de lenguaje envenenado, destinada especialmente a mutilar las semillas de la cultura rebelde. Es el lenguaje biodegradable de la posmodernidad. Un lenguaje que dice que después del fin de la historia, “estamos de vuelta”. Pero “estamos de vuelta” aggiornados/as, pasteurizados/as, reciclados/as.

El lenguaje posmodernizado, biodegradable, puso en la licuadora a las palabras cargadas de sentidos y de actos que nombran a la revolución, al socialismo, al feminismo, a las batallas anticoloniales y antiimperialistas, a la legitimidad de la violencia popular frente a la violencia del poder. Identificar al lenguaje envenenado, y al lenguaje anestesiante de la posmodernidad, es una tarea artesanal de autodefensa de masas, que necesitamos realizar desde nuestros propios territorios.

¿Cuánto de ese lenguaje del poder es disparado desde nuestras propias filas? ¿Cuánto de ese veneno hemos tragado y seguimos tragando en estos años?

¿Cuánto escupimos hacia arriba?

Es parte de la actual batalla de ideas recuperar el lenguaje subversivo y recrearlo, sin perder su densidad ni su poder de fuego.

A 10 años del 19 y 20 de diciembre, defender la rebeldía de aquellas jornadas, es una de las tareas emancipatorias, frente a los discursos cargados de sin sentido, que nos dispararán proyectiles cargados de escepticismo, que repetirán de manera aletargante “que se quedaron todos”, o que tratarán de convencernos que el legado de esa rebelión es “el gobierno que supimos conseguir”… financiado por la expansión sojera y la minería a cielo abierto.

A 10 años del 19 y 20 de diciembre, necesitamos recuperar y recrear un lenguaje que vaya más allá incluso de la rebelión, para dar cuerpo a un sujeto social que ejercite el poder popular.

Un lenguaje que nombre actos, que multiplique ejemplos permanentes. Como llamar a la solidaridad, con los nombres de Pocho Lepratti, de Darío Santillán, de Mariano Ferreyra, de Carlos Fuentealba, de Julio López, de Silvia Suppo.

Palabras con cuerpo. Palabras encuerpadas. Palabras fértiles, que siguen creciendo y multiplicando semillas con su siembra.

Un lenguaje que visibilice las vidas, las historias, la presencia de todas y todos los negados por el poder de los vencedores. Un lenguaje con rostros, con manos, con piel, con deseo, con alegría y dolor. Un lenguaje con sentido.

Un lenguaje que exprese nuestro amor y nuestro odio, como trama de una subjetividad de combate, de largo aliento, que no se detenga ante la primera silla del camino que nos ofrecen quienes hacen de la coptación el arma predilecta para la domesticación y neutralización de los movimientos populares, transformando a los militantes en funcionarios funcionales del poder.

Un lenguaje que conjugue con coraje el nosotros colectivo y plural de la lucha y la creación popular, en una clave en la que recuperen fuerza de verdad los gestos de unidad imprescindible para derrotar a ellos y a su lenguaje de muerte.

En la semana que recordamos al Che, quiero hacerlo como el compa que supo poner su cuerpo y su vida en cada palabra. El compa que pensó al marxismo con el lenguaje de América Latina, y con el rostro y los sueños de todas las rebeliones. Que se rió de los dogmas tanto como de las oligarquías. El comunicador que enseñó que sólo hay que comunicar la palabra verdadera. Recordamos junta a él a todos y a todas las luchadoras que hablaron con sus vidas, y por eso no pudieron ser callados ni calladas con sus muertes.

Lenguaje de cuerpos rebelados, del deseo vuelto acto, de la esperanza que no espera, de la insurgencia del corazón, de la subversiva manera de andar en este mundo, con el sueño en la mano, y la alegría como camino.



4 de octubre / 2011

11 oct 2011

La vida animal, Sr. Sarmiento

Dormito con la lluvia.
Con cada trueno entreabro los ojos, veo la habitación en penumbras como abandonada. Voy descalza al patio para ver si se moja.

Los bárbaros abren las ventanas de mi pecho para salir a robar. No hay sueño en la vigilia, el olor a humedad entumece el dolor gravito y el pasillo de luz está quieto. Nadie pasa. La lluvia hace del techo un tambor, las horas de la madrugada no pesan; el sofá, símbolo del soltero.

La síntesis de la mañana es dormir despierta, es despertar atónita, inmóvil, incrédula, sin poder levantarse.

Soñar con los primeros vientos que llevan el temporal a otras partes. Dar todos los reinos por un mate. Los pasos sordos, la cocina, el baño, vestirse, los rituales de la civilización no son más que automáticos y carecen de sentido alguno.
Sin rumbo nadar por agua sin peces, por agua sin sal, agua revuelta como barro de ciudad.


Olvidarse de todo lo dicho, no creer en las palabras, nunca. La ficción última es la palabra, y la más engañosa, verdad, mentira. ¿Quién dijo? ¿Quién creyó? ¿Quién engañó, quién se desengañó? Preguntas vanas, palabras sin carretera, sin fin, sin fondo. Andar por otros senderos, los de la lluvia, los de los cuartos abandonadas, de las calles de tierra.

A veces se levanta una brisa leve hecha de aire, un sentimiento de material invisible hecho de esto que no se explica, que no se engancha con ninguna palabra, con ningún pensamiento. Como si fuera la última esencia, la última verdad, lo que los griegos buscaron en vano, lo que la civilización entraña, lo que no me deja dormir. Lo puedo reducir a expresiones verbales y nadie se hace una idea, dolor, amor, soledad, comerse la cabeza. La trastienda no tiene palabras, tiene bárbaros, sentires, bestias, esperanzas.

Esto, tal vez, es la vida, un pequeño animal intangible, un animal peligroso, temible, un animal que muerde y se anida en un rincón de la casa para dormir de día, para soñarse mi vida y yo, simple espectadora de él. Hasta hacerme carne, hasta volver a mi cuerpo.


No es hallar el sentido, sino sentir; no es hablar, buscar, esperar sino desechar las palabras. Una vez y todas, cuando hayamos llegado (cuando hayamos partido), cuando los límites del cuerpo se borran, cuando el tiempo no apriete, cuando adentro y fuera de la duda sepamos que las lenguas son muchas y que cada una traza su verdad, cuando espere que pasen los días, cuando tu voz no valga más que tus piernas, que tus manos; no son sólo los ojos, no es tampoco la lengua sola, ni múltiple. ¿Quién sabe?


Mientras tanto, el animal que soy me come lentamente. No hablemos de almas, no hablemos de cuerpos, me come toda, toda entera.